sábado, septiembre 05, 2009

El Juego del Destino Por Irene Alberola

CAPÍTULO 1: LA ELECCIÓN

La morada de la Muerte, situada más allá de los confines humanos, donde la mente de un mortal no podría concebir jamás, se alza en todo su esplendor.

El despacho era un lugar lóbrego, sombrío, sin mayores ostentaciones que una mesa y una silla donde deberían haber estado. Una puerta de madera noble adornaba una de las paredes. Era la entrada principal de la estancia, justo al lado contrario una pequeña y diminuta portezuela se perfilaba sin mayores miramientos. Nadie podría decir que lo que ésta franqueaba fuera importante. Aunque quizá, y solo quizá, eso era lo que buscaba el dueño de aquella casa cuando la creó.

La mujer rondaba por la sala, se le veía preocupada, aunque su rostro no lo mostraba, eran, tan solo, sus gestos rápidos y ágiles, lentos en ciertos momentos, los que nos hacían pensar en la posibilidad de que las cosas no fueran bien.

Se oyeron susurros en el cuarto, parecía que la mujer hablaba en voz baja, consigo misma. Algo la tenía sumergía en un sueño, un pensamiento que hacía no se percatara de lo que ocurría a su alrededor. En ese momento entró en la habitación un hombre, alto y delgado, su tez blanquecina no tenía nada que envidiar a la blancura de la calavera que tenía enfrente.

– Señora, la cena está servida – Dijo con voz grave. Quizá fuera por el tiempo que había pasado allí, o por lo poco que solía hablar con los demás, o porque, simplemente, su voz después de tanto tiempo se había amoldado a la levedad del tiempo. Pero, sus modulaciones vocales hacían que temblara hasta la última brizna de hierba.

– Gracias – Ella estaba absorta. Realmente podría haberle dicho cualquier cosa y hubiera respondido lo mismo. Un simple gracias gutural, salido de las entrañas de la misma tierra.

– ¿Ocurre algo señora?

– Ocurre todo – Negó con la cabeza

– ¿Puedo ayudarla?

La mujer lo miró, realmente no había pensado que un ser inferior tomara la decisión, pero quizá sí podría ayudarle a aclarar sus ideas.

– Necesito elegir a alguien – Fue lo único que comentó antes de encaminarse, completamente decidida, hacia la pequeña puerta del fondo.

Su criado la siguió con determinación, el paso del tiempo le había enseñado muchas cosas. La muerte era una buena ama, tenía sus cosas, pero, realmente, como el resto de personas o muertos que había conocido a lo largo y ancho de toda su vida.

Hablando hipotéticamente, lo único malo de trabajar allí era la soledad. Esa soledad que a veces lo invadía y le hacía estremecer. Le subía por los pies y se le enredaba en las piernas cual sábana de seda recién estrenada. Hacía que desease morir. Morir…ese deseo imposible. Una ilusión descolorida con el paso de los años que ha hecho que muchos, antes que él, huyeran. Hacía más de cien años que servía a la Muerte. Ella en un ataque de compasión lo salvó de un fallecimiento anunciado cuando todavía no tenía los treinta. No es que la Muerte le hubiera dado la inmortalidad, si no, simplemente, que a su alrededor el tiempo, ese enemigo invencible del ser humano, avanzaba con más calma, más lentitud, dejando que sea la propia Muerte quien marcara el ritmo.

Llegaron a la puerta. Con un movimiento rápido la Muerte la abrió. Una sala amplia se abrió paso delante de ellos. Estaba decorada con estanterías, miles de ellas una detrás de otra, que hacían que la habitación pareciera, o lo fuera, un lugar sin fin.

La Muerte avanzó por la habitación mirando los diminutos rótulos. En cada uno de los estantes cientos de esferas traslúcidas volaban dentro de urnas de cristal. Los espectros, de distintos colores, bailaban al compás que marcaba una música inaudible. Cada una de ellas tenía una placa, en la que se podían leer los nombres de las personas a las que hacían referencia y una pequeña biografía de las mismas.

Aunque pudiera parecer que estaban ordenadas con aleatoriedad, realmente la clasificación tenía un sentido. Cada una de las estanterías tenía una “esfera padre” elegida al más puro azar, y el resto de esferas contenidas en cada uno de los estantes eran personas próximas a la primera. Cuanto más abajo tendrían una relación más distanciada con el “padre”. Es por esto que, de vez en cuando y sin motivo aparente, cientos de esferas volaban de un estante a otro, de una estantería a otra, de un lugar a otro. Las relaciones cambiaban, y eso se hacía notar en las esferas de la vida.

El andar de la Muerte era muy pausado, tranquilo, con la elegancia innata que podía desprender un ser de otro mundo. Miraba de un lado a otro sin fijarse en nada en concreto, pero sin dejar de prestar atención a todo lo que allí había. Las facciones de la muerte eran las de una desdibujada hermosa mujer, su dulce rostro hacía que te embriagara por completo. Sin embargo, debajo de esa máscara inofensiva, se escondía el terrorífico rostro de una calavera sin alma.

A lo largo de los años, la Muerte, había vivido una mutación real. Ella, que tanto miedo había dado a jóvenes y adultos, decidió cambiar su visión de las cosas. La mortalidad era un tesoro que ella jamás podría llegar a obtener, pero ¿por qué no disfrutar de un poco de humanidad? O al menos intentarlo. Fue en ese momento cuando su rostro comenzó a cambiar, se perfiló en él un boceto de mujer. Unas pinceladas de realidad en un mundo lleno de ficción.

Siguió andando por la sala para detenerse delante de una estantería más bien pequeña. Inclinó la cabeza a un lado, la capa, que elegantemente le tapaba parte del rostro, se le resbaló dejando al aire una melena incorpórea que relucía con reflejos plateados.

– Creo que lo elegiré a él, espero que Satanás no ponga problemas.

El nombre de Satanás hizo que el criado abriera muchos los ojos.

– ¿Satanás, señora?

– Sí, un juego, un reto…una apuesta… – comentó como si nada, simplemente mirando una de las preciosas esferas de color amarillo.

Tan ensimismada estaba, que no se dio cuenta de la reacción que tuvo en el empleado. Sus palabras hicieron mella en él. Sabía que aquello acababa de comenzar, lo que estaba siendo una difícil elección para su ama, se convertiría en un futuro en una pésima decisión. Esperaba en el fondo de su negra alma que ella supiera lo que hacía.

Pero la Muerte, simplemente, no se dio cuenta, lo demás le daba igual, le había costado mucho tiempo decidirse. En términos humanos habían pasado años, había vigilado a cada uno de sus “elegidos”, había estudiado el campo de acción, hasta que al final solo le quedaron dos candidatos.

Sabía que no podía hacerlo de otra manera, tendría que condenar a uno de ellos. ¿Pero quién sería el reo? Justo, en ese momento, cuando sus dudas alcanzaban el éxodo en su mente, cuantas más preguntas tenía, y sobretodo cuando mayor era la incertidumbre pasaron varias imágenes fugaces por su cabeza. El futuro, o al menos una parte de él se perfilaba en su mente. Esa fue la pista definitiva para su elección. Aunque el mañana no está escrito, aquellas imágenes le habían ayudado en el pasado. Además, así ya tenía un candidato.

Es por esto que aún sabiendo en la situación que pondría al chico, ella había decidido ganar, y eso conllevaba tener, por fin, un candidato.


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4 comentarios:

  1. Me encanta, tienes que seguir con esto ^^

    Queremos más

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  2. Perfecto, mola mucho muchísimo. :)

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  3. Ahora deja con la incertidumbre de ¿Quien es el elegido?¿que le va a pasar? >.< Jo, quiero un capitulo 2 >.<

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  4. Wow

    realemnte wow

    esta buenisimo! y tambien quiero un segundo capitulo

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No por mucho madrugar te levantas más temprano

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